Caminando sin rumbo, ensimismada en mis pensamientos, me descubro en un barrio muy pobre, que contrasta notablemente con las alegres calles de Trinidad, llenas de colores, música y sonrisas.
Ahora, a pocos pasos del bullicio de los turistas, no se oyen apenas ruidos.
La gente sale a la calle por el calor y deja las puertas de las casas abiertas, dejando así entrever, que ocurre en su interior.
Hogares a medio acabar, viejos y grises, televisores antiguos y suciedad.
Casi siempre una mirada de ojos penetrantes escudriña desde el interior qué ocurre fuera, y, al cruzar miradas, ambos tratamos de adivinar cómo será la vida al otro lado.
Brígida y Arsenio, alegres, saludan a los viandantes desde su ventana.
Brígida necesita infiltrarse en las rodillas y no puede andar, por eso se pasa el día sentada junto a la ventana, única fuente de luz de la casa. Arsenio, apenas sale para comprar tabaco, comida y ron, el resto del día se sienta con ella.
Comentan ilusionados que es posible que contraten a Arsenio en un nuevo hotel que están en construcción, y me cuentan cómo arreglarán la casa cuando eso pase.
Sueñan juntos y esperan, esperan y sueñan.