Nara o la ciudad de los bambis

noviembre 20, 2020

Nara, es un hermoso pueblo situado entre Osaka y Kioto. En él conviven los más importantes templos budistas y santuarios sintoístas del país custodiados por millones de «bambis», que están deseando acercarse a curiosear qué pueden ofrecerles los extraños que visitan su pueblo.

El budismo llegó a Japón en el año 572, cuando los coreanos llegan a Nara para presentar las ocho escuelas doctrinarias. Aunque esta religión tuvo una gran acogida, llegando a ser la predominante en la actualidad, nunca se dejó de lado su tradición, fusionándose con la filosofía sintoísta. Reflejo de esta perfecta armonía, es que puede encontrarse un santuario sintoísta a las afueras de cada templo budista.

Más de 1.200 ciervos sika (シカ) o (鹿 shika) salvajes se hallan caminando libremente y están catalogados como monumento nacional. Antaño estaban considerados sagrados y agredirlos castigado con la muerte. Actualmente conservan sus privilegios como tesoros de la naturaleza. Es gracioso observarlos aunque en momentos hay que acelerar el paso, si no quieres que te roben el mapa o te muerdan el culo en busca de comida.

Caminar por sus calles rodeado del aura del Japón medieval, época en la que Nara era capital y brillaba con esplendor, se respira la cultura y tradición nipona. Consta de una de las edificaciones de madera más grande del mundo, y  una cosa curiosa para nosotros, es que los palacios y castillos en Japón están construidos de este material.

Nara también es el hogar de «Daibutsu»,  un Buda dorado cuya oreja mide más de 2,5 metros. En el templo de Daibutsu existe una columna de madera con un pequeño agujero, cuenta la tradición que aquellos que logran pasar de un lado a otro alcanzarán la iluminación, así que suele haber una cola de niños intentando pasar.

Tuvimos la suerte de conocer Nara de la mano de Akane. Una señora maravillosa, que con más de 70 años, subía los escalones de piedra del ascenso al último templo como una colegiala dejándonos atrás.

Esta jubilada iba dos días en semana al centro de Nara, desde su granja ubicada a las afueras, para enseñar la ciudad a extranjeros y poder practicar inglés con ellos. Nos mostró los recovecos de la misma y contó la historia que precedía cada jardín y templo con entusiasmo y amabilidad. Nos reímos de que su marido no sabía cocinar, nos habló de sus hijos y del riokan en el que vivía, nos preguntó por el aceite de oliva, le interesaba para ponerlo en un rostro que no denotaba la edad que nos decía tener, me hizo mucha gracia lo coqueta que era. No le gustaba ser fotografiada, así que la suya, será una de las sonrisas que permanecerá en mi mente y su recuerdo me hará siempre devolverle la sonrisa.

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